De los Alpes Suizos a los Castillos del Loira: Una Aventura en Caravana con Nuestro Fiel Dino
¡Hola, amigos! ¿Os imagináis cruzando fronteras con la caravana a cuestas, el perro ladrando de emoción y el horizonte lleno de montañas nevadas? Pues eso es justo lo que nos pasó en este viaje inolvidable que nos llevó por los paisajes más mágicos de Europa. Fue una de esas escapadas que planeas con ilusión, pero que al final se convierten en una historia llena de sorpresas y descubrimientos.
Día 1: El Largo Camino hacia los Alpes
Salimos a las diez de la mañana. Nuestro fiel Hyundai tirando de la caravana, y rumbo a Interlaken, nada menos que 1.878 kilómetros por delante. El viaje fue largo, pero lleno de esa emoción que solo da la carretera abierta.

Cruzamos la frontera francesa y, al entrar en la autopista, paramos en una de esas áreas de descanso que son una maravilla: limpias, con zonas verdes para estirar las piernas y hasta duchas. ¿Sabíais que estas áreas, conocidas como aires de repos, forman parte de un sistema que data de los años 60, cuando Francia expandió su red de autopistas para fomentar el turismo? Muchas tienen paneles informativos sobre la historia local, y en esta en particular, mientras Dino correteaba, leímos sobre cómo estas paradas se inspiraron en las de Estados Unidos, pero con un toque galo: ¡incluso venden baguettes frescas! Repostamos energías y seguimos, soñando ya con los Alpes.
Día 2: Bienvenidos a Suiza y el Encanto de Interlaken
Al entrar en territorio suizo, lo primero es la famosa Vignette, esa pegatina que por unos 30 euros te da acceso ilimitado a todas las autopistas durante un año. La compramos justo después de la aduana en Ginebra, y nos la colocaron en el parabrisas del coche y la caravana. Es curiosa esta tradición: la Vignette se introdujo en 1985 para financiar el mantenimiento de las carreteras, y aunque parece un detalle menor, evita peajes constantes y hace que conducir por Suiza sea un placer sin interrupciones.

Llegamos a Interlaken y nos instalamos en el camping Lazy Rancho, un rinconcito precioso regentado por un matrimonio simpático que habla español. Con vistas impresionantes al Jungfrau, nos ayudaron a colocar la caravana e incluso nos prestaron tacos para nivelarla. Después de recuperarnos del viaje, salimos a explorar esta ciudad que es la puerta de entrada a los Alpes suizos. A pesar de la neblina, Interlaken nos cautivó: fundada en el siglo XII como un monasterio agustino –de ahí su nombre, «entre lagos»–, hoy es un hub turístico con su elegante Casino, construido en 1859 y famoso por atraer a la alta sociedad europea en el siglo XIX.

Paseamos por su calle principal, llena de tiendas de souvenirs, y desde donde parten trenes a picos legendarios como el Jungfrau (4.158 m), el Schilthorn (2.971 m) –donde se rodó una escena de James Bond en 1969– o el Männlichen (2.230 m). No muchos saben que Interlaken fue el escenario de la primera ascensión registrada al Jungfrau en 1811, por dos hermanos suizos que desafiaron glaciares traicioneros. También es el punto de partida al valle de Lauterbrunnen, con sus 72 cascadas, o a Grindelwald, un pueblo que inspiró a Tolkien para sus descripciones de Rivendel.
Día 3: Lucerna, Puentes Antiguos y el León Moribundo
El tiempo mejoró al día siguiente, así que pusimos rumbo a Lucerna, a solo una hora de distancia. Empezamos por el icónico Puente de la Capilla (Kapellbrücke), construido en 1333 y restaurado en 1993 tras un incendio devastador. Sus pinturas interiores, del siglo XVII, cuentan historias de santos y batallas locales –una curiosidad: muchas fueron pintadas por Hans Heinrich Wägmann, un artista que plasmó la historia suiza con un toque dramático. Cruzamos también el Puente Spreuer de 1408, con sus macabras pinturas de la Danza de la Muerte, un recordatorio medieval de la fragilidad de la vida durante la Peste Negra.

Callejeamos por ambas orillas del río Reuss, rebosantes de restaurantes y tiendas. Dino tuvo que quedarse fuera en algunos sitios –no permiten animales–, pero el muy listo posó como una estrella, ¡hasta unos turistas japoneses le sacaron fotos! Para nosotros, lo mejor fue el paseo por las orillas del Lago de los Cuatro Cantones, con vistas al Monte Pilatos –cuyo nombre viene de una leyenda que dice que el cuerpo de Poncio Pilato fue arrojado allí, causando tormentas eternas. Paramos en un puestecito de frankfurts para admirar el paisaje, que en el siglo XIX atraía a románticos como Goethe.

Y no podíamos irnos sin ver el León Moribundo, esculpido en roca en 1821 por Bertel Thorvaldsen. Este monumento conmemora a los 700 mercenarios suizos caídos defendiendo a Luis XVI en la Revolución Francesa –un detalle poco conocido: Mark Twain lo describió como «la piedra más triste y conmovedora del mundo» en su libro Un vagabundo en el extranjero. Es impresionante cómo la escultura captura el dolor con tal realismo, tallada directamente en la pared vertical.

Día 4: De Lausana a los Secretos del Queso en Gruyères y Friburgo
Continuamos hacia Lausana, sede del Comité Olímpico Internacional desde 1915 y del Museo Olímpico desde 1993. ¿Sabíais que Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Modernos, eligió Lausana por su neutralidad suiza? Paseamos por sus calles empinadas, con vistas al Lago Lemán, y luego nos dirigimos a la Maison du Gruyère en Pringy-Gruyères. Allí probamos la fondue auténtica –el queso Gruyère, sin agujeros a diferencia del Emmental, se produce desde el siglo XII en cuevas naturales que le dan su sabor único.

Subimos al pueblo medieval de Gruyères, presidido por su castillo del siglo XIII. Esta joya fue hogar de los condes de Gruyères hasta 1554, cuando la bancarrota los obligó a venderlo –un anécdota: el último conde, Michel, era un jugador empedernido que perdió fortunas en torneos. Recorrimos sus callejuelas empedradas, con cafés al aire libre y tiendas de queso, y visitamos el castillo, que alberga ocho siglos de historia, incluyendo salas decoradas con tapices flamencos. Cerca está el Museo HR Giger, dedicado al artista de Alien, nacido en la región –un contraste fascinante entre lo medieval y lo surrealista.

Terminamos en Friburgo, una de las ciudades medievales más grandes de Suiza, rodeada por el río Saane. Sus 200 fachadas góticas del siglo XV son únicas, y el casco antiguo, en un promontorio rocoso, escapó milagrosamente de bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. Paseamos admirando sus fuentes y puentes, sintiendo esa atmósfera de cuento de hadas que tanto nos enamoró.
Día 5: Berna, la Capital Tranquila
Llegamos a Berna, capital de Suiza y sede del Parlamento. Recorrimos la Catedral gótica, con su torre de 100 metros ofreciendo vistas al río Aare, el Foso de los Osos –donde osos, símbolo de la ciudad desde el siglo XIII, viven desde 1513 como un capricho del fundador– y el Ayuntamiento. Lo que más nos gustó fue la calle principal: Marktgasse, Kramgasse y Gerechtigkeitsgasse, con fuentes ornamentadas –como la de la Justicia, del siglo XVI– y banderolas de cantones. La Torre del Reloj (Zytglogge), de 1218, tiene un mecanismo astronómico que inspiró a Einstein en su teoría de la relatividad mientras trabajaba en la oficina de patentes local.

A las 19:00, la ciudad se vacía –un detalle curioso: Berna fue diseñada con arcadas (Lauben) de 6 km para proteger del clima, pero eso la hace sentir desierta al anochecer. Tomamos algo en la Bundesplatz antes de descansar. Vale la pena por su tranquilidad, ideal para desconectar.
Día 6: Disfrutando el Entorno Natural de Interlaken
Nos quedamos en el camping para absorber el entorno de Interlaken: montañas, bosques y lagos. Paseamos por un sendero boscoso cercano, tranquilo incluso en verano, y vimos parapentistas en los riscos –Interlaken es la capital europea del parapente, con escuelas desde los años 70. Dimos una vuelta en bici alrededor de los lagos Thun y Brienz, cuyas aguas turquesas provienen de glaciares milenarios. Bajamos al centro para un último paseo por las tiendas, recordando que este lugar fue refugio de Byron en 1816, inspirando su poesía sobre la belleza salvaje de los Alpes.

Día 7: Rumbo a París Bajo la Lluvia
Amaneció lluvioso, y el pronóstico no mejoraba, así que enganchamos la caravana y partimos a París, 630 km. Elegimos el Camping Parc de la Colline en Torcy, a solo 10 minutos de Disneyland. La lluvia nos acompañó, pero el viaje fue suave gracias a las autopistas.
Día 8: Un Día Mágico en Disneyland
Nos levantamos temprano para Disneyland París, donde pasamos un día inolvidable. Carmen disfrutaba como una niña con fotos junto a personajes, y nos montamos en todas las atracciones. Dino se quedó en el camping, portándose como un campeón. ¿Sabíais que el parque, abierto en 1992, incorpora elementos franceses como un castillo inspirado en el de Versalles? Terminamos exhaustos, pero con el corazón lleno.

Día 9: Redescubriendo París
Estando tan cerca, no podíamos saltarnos París. Cogimos el tren cercanías y visitamos rincones nuevos y clásicos. Esta ciudad, con su elegancia eterna, nos enamora siempre –desde la Torre Eiffel, construida en 1889 como entrada temporal a la Expo, hasta barrios menos turísticos como el Marais, con mansiones del siglo XVII que esconden jardines secretos.

Días 10 y 11: El Valle del Loira y sus Castillos Renacentistas
Salimos al Valle del Loira, quedándonos en el Camping Municipal Le Bec de Cisse en Tours. Visitamos Chambord, mandado construir por Francisco I en 1519 como pabellón de caza –con 426 habitaciones y una escalera doble atribuida a Leonardo da Vinci, quien vivió sus últimos años en el cercano Amboise.

Luego, Chenonceau, el «Palacio de las Seis Damas», sobre el río Cher –una anécdota: Catalina de Médicis lo usó como escenario de fiestas extravagantes, incluyendo la primera exhibición de fuegos artificiales en Francia.

No nos perdimos Cheverny, de la familia Hurault desde el siglo XIII, inspirado en el Luxemburgo de París –famoso por sus perros de caza, que inspiraron a Hergé para el castillo en Tintín. Y Blois, residencia real donde Juana de Arco fue bendecida en 1429 antes de Orleans –su ala renacentista mezcla estilos gótico, renacentista e italiano, reflejando la evolución francesa.

Días 12 y 13: Vuelta a Casa con Sol en Marbella
De regreso a España, terminamos en Marbella para unos días de sol. Paseamos por sus playas y el casco antiguo, con influencias árabes desde el siglo VIII –un final perfecto para recargar baterías tras tanta aventura.
Este viaje nos recordó por qué amamos viajar: por esas conexiones inesperadas con la historia y la naturaleza. ¿Y vosotros, ¿cuál ha sido vuestra escapada favorita? ¡Contadme en los comentarios!

