2001 🇩🇪 Baviera Alemana

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De Núremberg a Neuschwanstein

Dejar Praga siempre duele, pero la promesa de castillos de cuento y cerveza negra ayuda.

Salimos temprano rumbo a Pilsen, la ciudad que le dio nombre al estilo de cerveza más copiado del mundo desde 1842. Parada técnica, foto rápida y seguimos hacia Núremberg. Ciudad marcada para siempre por los juicios de posguerra, pero también por su casco medieval perfectamente conservado: murallas, la iglesia de San Sebaldo, la casa de Albrecht Dürer… Íbamos a cambiar dinero y comer con la guía. Spoiler: la guía desapareció. Literalmente se esfumó y nos dejó a casi todo el autobús sin comer y con los marcos recién cambiados ardiendo en el bolsillo. Reímos, lloramos, compramos pretzels y seguimos.

Núremberg

Llegada a Múnich al atardecer. Visita panorámica rápida: el Ayuntamiento con su carrillón, la Maximilianstraße llena de lujo discreto, la Villa Olímpica del 72, los jardines del Palacio de las Ninfas… y nosotros ya solo pensábamos en cerveza. Terminamos en una cervecería enorme, de esas con mesas largas y banda de metales tocando canciones bávaras. La carta estaba solo en alemán, así que pedimos lo único que tenía foto: medio pollo asado y una jarra de dunkel. Volvimos al hotel en taxi cantando con unas mallorquinas que conocimos allí y que todavía saludo por WhatsApp cada Navidad.

Núremberg

Salimos temprano de Múnich. La carretera se mete entre montañas cada vez más altas, prados verdes donde pastan vacas con cencerros que suenan como música de fondo, lagos de un azul que no parece real. De vez en cuando un pueblecito con casas de madera y balcones llenos de geranios. Todo parece sacado de un anuncio de chocolate Milka, pero en vivo y sin trampa.

Múnich

Llegamos a la zona de Füssen y, de repente, el autobús gira… y ahí está.
Primero lo ves a lo lejos, encaramado en su peñasco, envuelto en una niebla ligera que sube del desfiladero. Parece que flota. El castillo blanco con torres puntiagudas, rodeado de bosque oscuro y con las nieves perpetuas de los Alpes al fondo. Te quedas pegado a la ventanilla sin poder hablar.

Múnich

Bajamos en Hohenschwangau, el pueblo de abajo, y ahí empieza la romería. Puedes subir andando (45 minutos de cuesta que matan), en autobús o —la opción que elegimos nosotros— en carro de caballos. Sí, de verdad. Un carro tirado por dos percherones enormes, con el cochero vestido de tirolés y el olor a estiércol y a paja que te transporta al siglo XIX. El camino serpentea entre árboles y cada curva te regala una foto distinta del castillo. Los caballos resoplan, las campanas tintinean, y tú sientes que estás entrando en un cuento de los hermanos Grimm.

Füssen

Arriba hay dos colas: una para las entradas (imprescindible reservar con antelación incluso en 2001) y otra para la visita guiada. Mientras esperas, te das cuenta de que estás justo al lado del Puente de María (Marienbrücke), ese puente colgante que cruza el desfiladero a 90 metros de altura y desde donde se toma la foto clásica del castillo. Si tienes vértigo, no mires abajo: el agua de la cascada Pöllat ruge como un dragón.

Y entonces entras.

Neuschwanstein

Neuschwanstein no es un castillo medieval, aunque lo parezca. Lo mandó construir Luis II de Baviera entre 1869 y 1886, y nunca llegó a terminarse. Solo se completaron 14 habitaciones de las 200 previstas. Pero esas 14… madre mía.

Füssen

Nada más cruzar la puerta te reciben dos cosas: el frío (el castillo está a 1000 metros de altitud y las paredes son de piedra) y la sensación de que has entrado en la ópera de Wagner hecha arquitectura. Todo está dedicado a los ciclos de leyendas que tanto obsesionaban al rey: Parsifal, Tristán e Isolda, el Cantar de los Nibelungos, el Santo Grial…

La primera sala es la Sala del Trono. No hay trono —Luis murió antes de colocarlo—, pero hay un suelo de mosaico con millones de piezas que representan animales del mundo entero, un cielo pintado con estrellas y una cúpula que parece la de una catedral bizantina. La guía nos contó que el rey quería que sus visitantes sintieran que estaban entrando en el reino de Dios… y lo consiguió.

Füssen

Después viene lo que más me impactó: la habitación del rey. Una cama gótica tallada durante cuatro años por 14 escultores, con doseles que parecen torres de iglesia y 400 kilos de madera de roble. Al lado, su pequeño oratorio privado con un crucifijo de marfil y una alfombra persa que costó una fortuna. Luis era profundamente religioso, pero también profundamente solo. Dormía de día y vivía de noche, iluminando el castillo con miles de velas para que pareciera flotar entre las nubes.

Y luego está la gruta artificial. Sí, has leído bien. Entre el salón y el despacho hay una cueva de verdad, con estalactitas falsas, luces de colores y un asiento desde donde el rey podía sentarse a escuchar música de Wagner que llegaba por un sistema de tuberías desde la sala de al lado. Parece una locura… y lo era. Pero es una locura tan hermosa que te deja sin palabras.

Füssen

El Salón de los Cantores ocupa toda la cuarta planta: 400 metros cuadrados dedicados a las leyendas de Parsifal, con pinturas murales de tamaño real y un escenario donde el rey organizaba conciertos privados para él solo. Porque casi nunca había invitados. Luis II vivía aquí aislado, escapando de un mundo que no entendía y que tampoco lo entendía a él.

El jardín de invierno es otro delirio: palmeras, una fuente, vistas al lago Alpsee y al castillo de Hohenschwangau (donde Luis pasó su infancia). Desde ahí se ve también el lago Schwansee, el “lago de los cisnes”, que dio nombre al castillo (Schwanstein = piedra del cisne).

Füssen

Salimos aturdidos.
La visita dura 35 minutos, pero te cambia algo por dentro. Bajamos andando por el sendero que rodea el castillo y cada paso te da una perspectiva distinta. El sol se estaba poniendo detrás de las montañas y el castillo se tiñó de rosa y dorado. No había filtros, no había drones, solo nosotros y ese sueño de piedra que un rey loco construyó porque la realidad le dolía demasiado.

Abajo, junto al lago Alpsee, comimos salchichas blancas con mostaza dulce y un pretzel gigante. El agua estaba tan quieta que reflejaba el castillo como un espejo. Me quedé allí sentado un buen rato, mirando, sin querer irme nunca.

Füssen

Años después supe más detalles que hacen que aún me emocione más:
Luis II solo vivió 172 días en Neuschwanstein. Lo declararon loco por sus deudas (aunque hoy el castillo genera millones cada año), lo destituyeron y tres días después apareció muerto en el lago Starnberg junto a su psiquiatra. Nunca se supo si fue suicidio, asesinato o accidente. El castillo se abrió al público seis semanas después de su muerte para pagar las deudas. Y Walt Disney vino aquí en los años 50, se enamoró y copió la silueta para el castillo de La Bella Durmiente.

Hoy hay millones de turistas, colas interminables y hasta un Starbucks en el pueblo. Pero en julio del 2001 aún era un lugar casi secreto. Y yo tuve la suerte de verlo cuando todavía se podía soñar despierto sin que nadie te molestara.

Füssen

Si alguna vez tienes la oportunidad, ve. Y si puedes, sube en carro de caballos, cruza el puente de María y quédate un rato en silencio cuando salgas. Porque hay sitios que no son solo sitios.

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