Historias, Paisajes y Secretos Ocultos
Decidimos emprender un viaje en caravana hacia la Bretaña y Normandía, esas regiones francesas que parecen sacadas de un cuento. Salimos de España con el espíritu de exploradores, sin prisas, disfrutando del camino. Fue un periplo lleno de calor inesperado, pueblos medievales congelados en el tiempo y anécdotas que aún me sacan una sonrisa.
Días 1 y 2: El Camino a Rennes y el Calor Sorpresa
Empezamos el viaje como siempre, sin madrugar mucho: sobre las diez de la mañana, rumbo a la frontera con Francia. Solo paramos para repostar y comer algo rápido, y alrededor de la medianoche ya estábamos cerca de Burdeos. Encontramos un área de descanso, cenamos en la caravana y nos fuimos a dormir bajo las estrellas. Al día siguiente, continuamos hacia Rennes, la capital de la Bretaña, donde nos instalamos en el Camping des Gayeulles. ¡Qué calorazo! Esperábamos un clima fresco por estar al norte, pero nos pilló una ola de calor brutal que nos dejó sudando la gota gorda. El camping está dentro de un parque precioso, pegado a la ciudad, aunque nos costó un rato encontrarlo –una de esas anécdotas que ahora recuerdo con cariño.

Por la tarde, dimos un paseo por Rennes. Esta ciudad es un tesoro reconstruido tras un incendio devastador en 1720 que arrasó más de 900 casas de entramado de madera, pero aún conserva la mayor colección de estas en toda Francia. Imagínate calles tortuosas con edificios que parecen salidos de un libro de historia. Visitamos las dos plazas mayores del siglo XVIII: la Plaza del Ayuntamiento, con su ópera elegante, y la Plaza del Parlamento de Bretaña, que fue clave en la historia de la región –fue bastión de coronaciones de duques bretones y escenario de momentos pivotales en la historia francesa y bretona. Poco conocido es que Rennes tiene una escultura de Jean Leperdit, un revolucionario y alcalde a finales del siglo XVIII, justo delante de algunas fachadas históricas. Y no te pierdas el Parque del Thabor, con sus jardines a la francesa, a la inglesa y un botánico repleto de especies exóticas –un oasis perfecto para escapar del calor. Allí, entre flores y senderos sombreados, sentí que el viaje acababa de empezar de verdad.

Día 3: De Pueblos de Piedra a Festivales y Ostras
Al tercer día, nos dirigimos a Locronan, un pueblo de piedra precioso donde no se puede circular en coche –tuvimos que pagar 3 euros por el parking a la entrada. Es una Petite Cité de Caractère, con tiendas de artesanía, una iglesia impresionante y restaurantes acogedores. ¿Sabías que Locronan se enriqueció gracias al culto a San Ronan en el siglo XI, atrayendo peregrinos a su tumba, y que en el siglo XIV prosperó con la fabricación de telas para velas de barcos? Un detalle curioso: sus campos de cáñamo y lino eran de tan alta calidad que abastecían a la flota real francesa.

De allí, a Quimper, donde nos topamos con el Festival de Cornualles –música todo el día, conciertos internacionales, talleres de gaiteros, danzas y el Gran Desfile de Guisa. ¡Qué ambiente! Bebimos unas cervecitas junto al Obispado. Quimper es la ciudad más antigua de la Bretaña, fundada por el rey Gradlon en época celta, y su catedral de San Corentín es un icono gótico. Poco sabido: en la calle du Guéodet hay una casa con cariátides esculpidas que parecen vigilar la ciudad.

Seguimos a Riec-Sur-Belon para probar las ostras locales –¡deliciosas!– y luego a Pont Aven, el paraíso de los pintores impresionistas. Es pequeñito, pero con tiendas gourmet como la Maison Larincot, donde inventaron las kouignettes, galletas de mantequilla rellenas que son una tentación. Pont Aven atrajo a Gauguin y su escuela en el siglo XIX, inspirados por sus molinos –hay 14 en total, y el molino número 13, Ty Mer, es legendario. Terminamos en Vannes, ciudad histórica y antigua sede del Parlamento bretón. Sus murallas, lavaderos, catedral y jardines floridos conviven en armonía. Fundada por romanos en el siglo I a.C. como Darioritum, fue arrasada por vikingos varias veces en el siglo V. Aunque visitamos cuatro lugares en un día, las distancias cortas y las carreteras estupendas hicieron que fuera un placer. De vez en cuando, nos topábamos con rincones medievales detenidos en el tiempo, llenos de encanto que te hacen soñar despierto.

Día 4: Relajándonos en el Bosque de Brocéliande
Este día lo dedicamos a desconectar cerca de Rennes. Nos fuimos al Bosque de Brocéliande, cuna de las leyendas artúricas. Supuestamente, allí está la tumba de Merlín –solo una roca donde la gente deja papelitos con deseos. El bosque es bonito, pero no tan mítico como su fama sugiere.

Es el hogar de druidas celtas y testigo de relatos medievales, con menhires que marcan transiciones entre bosques bretones y la cultura megalítica. Poco conocido: se dice que Merlín se refugió aquí tras la muerte de Arturo, y el bosque inspira creencias celtas que perduran. *Pasear por sus senderos es como entrar en una *leyenda viva, con el susurro de las hojas contando secretos antiguos.

Día 5: Mont Saint-Michel, Saint-Malo y Dinan
Madrugamos para visitar el Mont Saint-Michel antes de que se llenara de turistas –¡buena idea, porque luego es agobiante! Es Patrimonio de la Humanidad desde 1979, y su llegada por la bahía es sobrecogedora. La abadía en lo alto de la roca, rodeada de edificios de piedra, es impresionante. Pagamos 8 euros por la entrada, y valió la pena pese a las tiendas de souvenirs. Cuenta la leyenda que en 708, el Arcángel San Miguel se apareció en sueños a un asceta para indicar el sitio de la abadía. Curiosidad: hay relatos de curaciones inexplicables en peregrinaciones del siglo XI. De allí, a Saint-Malo, ciudad fortificada con playas impresionantes. Tiene la tumba de Chateaubriand y una muralla para recorrer. Su nombre viene de Mac Low, un monje galés del siglo VI que evangelizó la zona. Fue república independiente por cuatro años en el siglo XVI.

Terminamos en Dinan, un pueblo medieval al borde del río Rance, predilecto de los duques bretones. Sus casas de vigas de madera y la calle Jerzual, que baja al puerto, son encantadoras. Cada julio celebra la Fête des Remparts con trajes de época. Durante la Guerra de los Cien Años, Du Guesclin liberó la zona, y su corazón reposa en la basílica de Saint-Sauveur. Dinan es como un portal al pasado, donde cada piedra cuenta una historia de duques y caballeros.
Día 6: Costa de Granito Rosa y Pueblos Tranquilos
Exploramos la Costa de Granito Rosa en Perros-Guirec, con una ruta a pie por la costa hasta Ploumanac’h, donde las rocas rosadas forman figuras caprichosas en el mar. Elegido pueblo favorito de Francia en 2015, sus rocas deben el color a minerales como feldespato y mica. De vuelta a Rennes, paramos en Quintin, tranquila con su lago bonito, luego Pleugueneuc con su château famoso, y Combourg, pintoresco junto a un lago dominado por un castillo feudal. Aquí vivió Chateaubriand, el romántico francés, en el siglo XVIII. Terminamos en Fougères, fortificada y cuna del marqués de La Rouërie, promotor de la insurrección bretona durante la Revolución. Su castillo feudal es el más grande de Europa, construido originalmente de madera en el siglo X y destruido por Enrique II. Estas costas y pueblos me recordaron que la belleza está en los detalles inesperados, como rocas que parecen esculturas naturales.

Día 7: Hacia Normandía y Rouen
Dejamos el camping y pusimos rumbo a Normandía, instalándonos en el Camping Déville Lés Rouen, pequeñito pero acogedor y económico. Rouen, «la ciudad de los cien campanarios», es donde juzgaron y quemaron a Juana de Arco en 1431 –hoy conmemoran esa fecha. Sus callejuelas con casas de entramado de madera han sido restauradas, y la catedral gótica es una maravilla. Poco conocido: alberga el Aître Saint-Maclou, un osario medieval con tallas macabras. Rouen es un tesoro inestimable, donde la historia late en cada esquina.

Día 8: Caen, Bayeux y las Playas del Desembarco
Visitamos Caen, con sus dos abadías (de los Hombres y de las Mujeres), elegida por Guillermo el Conquistador. Sobrevivió bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Luego Bayeux, liberada en 1944, con la Catedral y el Tapiz de la Reina Mathilde, famoso mundialmente –data del siglo XI y narra la conquista de Inglaterra.

Continuamos a Arromanches-les-Bains, con pontones de hormigón recordando el puerto artificial del Día D en 1944 –una proeza que abasteció a 400.000 soldados. Visitamos el cementerio canadiense, solitario y triste, recordando el horror de la guerra.

Terminamos en Honfleur, con su Vieux Bassin y casas de entramado. Bebimos birras viendo una puesta de sol maravillosa. Honfleur fue clave en el comercio de esclavos, y su puerto inspiró a Monet y Courbet. Estos sitios me hicieron reflexionar sobre cómo la historia moldea los paisajes que amamos.

Día 9: Más Costa Normanda y Preparativos de Regreso
Seguimos por la costa: Saint-Valery-en-Caux, con puerto bonito y acantilados con gaviotas; Fécamp, evocada por Maupassant, capital de bacaladeros franceses con acantilados de 120 metros –tiene un museo del Benedictine; y Étretat, famosa por sus acantilados como «puertas» –Maupassant pasó su infancia aquí. Volvimos al camping bajo un tormentazo increíble. La costa normanda es inolvidable, con sus acantilados que parecen guardianes eternos.

Días 10 y 11: Vuelta a Casa
Los últimos días fueron para el regreso, con paradas tranquilas y recuerdos en la mente. Este viaje fue una oda a la aventura sencilla, llena de descubrimientos. ¿Te animas a uno similar? ¡Cuéntame si vas!

